sábado, 1 de noviembre de 2014

"YO SOY LA SALSA" ES UN FILM BIEN LOGRADO

Johnny Pacheco ejecuta la flauta.

Por Armando Almánzar R (L.D.)
Santo Domingo
“Yo soy la Salsa”, de la autoría de Manuel Villalona, con guión de Enrique Soldevila y producción de Andrés Van der Horst, es un buen trabajo cinematográfico.
Y, si les extraña que en el subtítulo diga eso de “como lo que sea”, es por la relativa incertidumbre sobre lo de “documental”.
Porque, aducen algunos, un documental es un trabajo que se hace sobre un tema determinado buscando desentrañar sus más variados aspectos, desde su origen hasta los más peculiares aspectos de su desarrollo y las conclusiones a que se ha llegado, tanto si es un tema a estudiar, como podría ser un trabajo sobre los indígenas de la isla Hispaniola, como si es otro sobre la vida de Mozart o, como es el caso que nos ocupa, la de Johnny Pacheco.
Pero resulta que, por un lado, desde el mismo instante en que se inicia este film de Villalona, el mismo Pacheco, ya todo un señor de edad provecta, o sea, en la actualidad, una actualidad que, presumimos, debe ser de principios de este año o tal vez de finales del pasado, cuando se le habla del proyecto, o sea, de este filme que tratará sobre su persona, aduce que, entre sombras y luces (no estamos citando, es pura reconstrucción de memoria mala), deberá tratarse de las luces, o sea, de la parte que se puede presentar de su vida, su vida “buena”, léase, entre otras cosas, sus resonantes éxitos en el campo de la música, de la creación de ese movimiento que dio lugar a la masificación de esos ritmos que luego recibieron el nombre genérico de “salsa” y que, como tal, ha recorrido el mundo entero.
Eso implica entonces, necesariamente, que no hubo una investigación minuciosa sobre la vida de ese Johnny Pacheco, sino que lo que se cuenta se remonta a los inicios de sus primeros éxitos hasta llegar al presente, este presente donde el Johnny dice, con perfecta y elegante socarronería, que “cuando muera, quiero que en mi lápida diga: “Aquí yace Johnny PachecoÖen contra de su voluntad”.
Pero, además, también podría decirse que, además de no ser entonces un documental mondo y lirondo, el filme tiene algo que lo desliza suavemente hacia la ficción porque, en diversos instantes, el Pacheco que aparece en pantalla es un actor. Que esos instantes son ilustrativos y que no poseen fuerza dramática discursiva como para alterar el relato de su propia vida, cierto. Pero, de todos modos, donde hay un guión y actores, por pocos que sean, se introduce el elemento de la ficción.
Ahora bien, nada de lo dicho lo hacemos de manera peyorativa.
A nosotros, llámese como se quiera llamar a esta película, nos gusta, y podemos decir que, a pesar de unos pocos deslices que surgen en especial cuando se introduce el Pacheco de ficción, la labor de edición de estos 80 minutos son dignos de atención y de estudio. La mezcla, alternancia, paralelismo y sucesión de escenas y secuencias que van desde 1971 hasta 2014 es un estupendo trabajo de paciencia y de buenas manos. Porque, recuerden, no se trata simple y sencillamente de poner algo sucedido en el Yankee Stadium en 1973 y luego algo sucedido en San Juan en 1986, para poner un simple ejemplo, sino de que esa imbricación lleva aparejada la música, la brillantez de los ritmos de la autoría de Pacheco y de algunos de quienes trabajaron con él, y si alguien descubre un atortojamiento, un salto, un hueco en el sonido, entonces nos retractamos de todo lo dicho.
O sea, eso es de lo mejor, como es de lo mejor el propósito, muy logrado, de hacer sentir, por un lado, a ese gran Johnny Pacheco la admiración que se siente por él, como hacer saber a millones de personas la admiración que sentimos por él, por haber sido un brillante creador musical y un perfecto aglutinador de creadores.

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